jueves, 3 de enero de 2013

Cuento de Barrio: Carta desde Carabias.

Queridas hijas:

Espero que estéis pasando unas muy felices fiestas. No me voy a andar con muchos preámbulos porque os preguntaréis que qué me pasa, que qué es lo que me ha hecho marcharme sin dar explicación alguna. Sé, por vuestros mensajes en el buzón de voz, que sabéis que estoy en en el Pueblo. No podía ser de otra forma...No obstante, no os he querido contestar, no porque esté enfadada con vosotras, sino porque quería que el tiempo avanzara mientras os hacía llegar esta carta. Ya sé que estaréis pensando que no cuesta descolgar el teléfono, que debe ser porque chocheo, quizá algo de razón tenéis, pero todavía me queda cierta lucidez. Además estaba tranquila porque se que vuestro tío Jose Antonio os ha dicho que estoy bien. Hijas mías es sólo que a veces lo que uno tiene que decir es importante y merece la pena hacerse antes un poco de silencio para darle teatralidad y profundidad a las palabras que uno quiere expresar. A parte sabéis que no soy una mujer de palabra fácil. No me gusta la conversación vana. 
La tarde del 20 de diciembre, sentada en el sofá viendo algún programa insufrible de éstos que me hacéis ver por las tardes en los que las alcahuetas chillan como cotorras hambrientas, me sentí sola, decrépita y poco querida. Fue entonces cuando me decidí. Mientras aún me quedara la reminiscencia de las fuerzas que me hicieron salir adelante cuando era una chiquilla huérfana, cogería un autobús y me volvería a mi tierra, a Carabias
Deseaba caminar por esas calles empedradas por donde paseaba con vuestro padre, que en paz descanse. Y meditar con el sosiego que provoca en estas viejas carnes la oscuridad húmeda de las paredes de su iglesia románica. Si, necesitaba ese respiro cerca de Dios para que él me aconsejara. Ya sé que nos os gusta oír esto, que pensáis que es un pérdida de tiempo el rezar. Cosas de viejas, me decís. Demasiado tradicional para mis niñas modernas. - Respetad las costumbres de vuestra madre, que no sabe vivir de otra forma-  ¿os acordáis que esto os decía vuestro padre? 
En efecto hijas mías, necesitaba estar en mi refugio para aislarme y pensar cómo os podía decir, cómo os podía explicar aquello que, a veces, hace que me hierva  la sangre. Y no he sabido hacerlo mejor que con estas palabras escritas a la antigua usanza. Sé que os incomodo, sé que molesto, sé que os quito tiempo con las torpezas propias de mi edad. Me recrimináis que no quiera levantarme temprano, poniéndome de excusa que no quiero ayudaros con la casa, que no quiero cocinar. Deciros hijas, que nunca me gustaron esas tareas, como es bien sabido por vosotras, entonces no le exijáis a esta vieja que haga casi en muerte lo que no le gustó hacer en plenitud. Me reprocháis mi aspecto: mis ropas oscuras, negras, por el riguroso luto que aún guardo a vuestro padre. Me reprocháis mis cabellos, grises como el cielo de Carabias cuando quieren caer las primeras lluvias de noviembre. Me decís - ¡Madre, arréglese, que nos pone en evidencia con esos pelos que parece la la loca de los gatos! Puesta esta loca de los gatos en cierta forma no quiere estar alegre, no tiene ganas de reír, de conversar, tampoco de ser agradable. Este trasto viejo, pese a haber sobrevivido a una dura Guerra Civil, ya no tiene fuerzas, y menos desde que murió vuestro padre. He perdido el rumbo y el sentido de vivir. 
Hijas,  no os quiero entorpecer más, ni haceros infelices con mis complicaciones de anciana.
Disfrutad de lo que queda de Navidad, de la Fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Mi corazón será por siempre vuestro. Decidles a mis nietos que su Abu les quiere, y que siempre los llevará en su corazón.
Me quedo sola, mirándole a los ojos a la Muerte.

Os quiere, Mamá.



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