martes, 3 de abril de 2012

La lasaña de mi tiempo.

Me gusta concentrarme en el vacío existencial gracias al sentir de mis labios sosteniendo mi anillo de oro que se me antoja frío, extraño pero tan mío como todo el conjunto de incongruencias que me dan forma. Me agrada gastar gran parte de mi tiempo en cuestiones baladí intentando, por ejemplo, aprender nuevas recetas de cocina. Cuestión ésta que implica el hecho de tomar pequeñas decisiones pero que normalmente suelen ser rápidas, placenteras y gratificantes al ver en los ojos de los otros el agradecimiento que muestran por el obsequio de sabor que acaban de recibir que parece tan altruista que sólo puede significar una realidad egoísta en dónde, en el fondo, sólo importa el propio quehacer, el propio sentir, aunque sea sitiéndolo en el yo en tanto que el otro.
Me encanta el sonido que provoca la lluvia en el toldo de mi terraza mientras coloco el cojín que poso sobre mis piernas para permitirme el deleite de teclear palabras que pretendan entretejer algo con sentido después de mucho tiempo de no escribir una sola palabra que no fuera por puro y mero placer.
Pero, por qué nos producen tanto placer y bienestar estas pequeñas cosas, unas rutinarias fruto de la necesidad de satisfacer carencias básicas, otras que atienden a un origen más interno, más íntimo, incluso holístico. Esa necesidad de placer inmediato, sin mediar petición alguna, tan simple en apariencia, esconde muchas veces otra necesidad quizá más primaria, olvidar el que creemos que es el sentido de la vida, olvidar la búsqueda del recto camino hacia la consecución de los agobiantes fines que nos autoimponemos...mas qué se yo acerca de cuál es el verdadero sentido de la vida?

1 comentario:

  1. Ni tú ni nadie..., pero aprendiendo recetas de cocina, todo se hace más llevadero!

    Besos

    ResponderEliminar