Era martes 25 de febrero. O al
menos eso recuerda Patricia que ponía en su radio despertador aquel día. Como
de costumbre, cumplía su función automáticamente a las 06:00 am conectando con
su emisora favorita que abría cada hora de la mañana con un estridente kakareo,
afortunadamente ese día pinchó “Have a
nice days” de Bon Jovi al ser la canción número uno de la semana. Lo que
hizo que Patricia comenzara el día con buen humor al recordar que ya tenía las
entradas para próximo concierto del grupo. Su madre la apodaba La Tiquití,
porque decía que cuando tenía prisa ese era el ruido que emitían sus cortos
pero veloces pasos, de esta guisa comenzó a arreglarse para ir al trabajo
mientras tomaba una taza de café que siempre se dejaba a medias, manía que no
se explicaba a si misma ya que no dependía de la cantidad con la que llenara su
taza. ¡Ay su trabajo! Aquel sitio donde la esperaba una intensa jornada llena
de pequeñísimas multitareas imprescindibles para el bienestar de la oficina. A
ella le gustaba decir que su trabajo consistía en convertirse en un duendecillo
mágico: rápido e invisible. Aceptó su puesto de auxiliar administrativo hacía
un par de años por el simple motivo de que no requería un gran esfuerzo físico
ni demasiado estrés, tampoco requería una alta dosis de responsabilidad, en
realidad no implicaba demasiado de nada - pero tal y como están las cosas está
bien pagado mamá – se había justificado ante su progenitora quien siempre la
miraba con una suerte de mal pálpito cada vez que le comunicaba una decisión.
Intentaba concentrarse en la
lectura de la última novela que compró a primeros de mes. Era su ritual, una
vez tenía en su poder su ansiado y ajustado sueldo, corría a la Gran Vía de
Madrid en busca de la novela más gruesa
y pesada que encontrase. Le gustaban, no tanto por la temática, que esta vez
tocaba histórica, sino más bien por intentar aparentar un perfil de mujer
intelectual; imagen que siempre intentaba marcar comprándose las gafas de
pastas más anchas, cuadradas y negras que encontraba en la óptica, su pelo
largo y poco cuidado, aunque con un sempiterno y perfilado flequillo recto. Su
estilo de vestir todo lo casual que le permitía el tipo de trabajo que
desempeñaba. Su tamaño menudo y su belleza camuflada con mucho afán por su
propia personalidad hacía que fuera con frecuencia un blanco certero de
empujones, traspiés y codazos en el metro que solía coger en plena hora punta.
Nada más pasar la primera estación fue víctima de uno de estos codazos con tan
mala suerte que su pesado libro se le cayó encima de sus pies.
- ¡Joder!, ¡pero qué daño me has hecho!, por Dios
como duele…
- ¡Ay! Disculpa. Qué faena, no era mi intención,
es que tengo tanta prisa que…no miro por donde paso…permíteme que te ayude.- Le
devolvió el libro entregándoselo como si de una delicada antigualla se tratara.
- Bueno, no pasa nada…aunque me duele muchísimo,
creo que puedo tener una fisura en alguno de los dedos del pie derecho, porque
me duele demasiado al doblar el pie hacia delante.
- Supongo que el saber si debe ocupar lugar,
porque con lo grande que es ese libro no me extraña que te haya hecho daño. –
Patricia cuando se enfadaba parecía, pese a lo menuda que es, un ogro gigante
con sed de sangre. De ese calibre fue la mirada que se incrustó en los ojos de
este desconocido.- Es broma mujer, de veras que lo siento, si puedo hacer algo
por ti…
- No te preocupes, no me queda nada para llegar a
mi trabajo…me tengo que bajar en la siguiente parada.
- Anda, hoy estoy de suerte yo también me bajo
ahora. ¿Trabajas por aquí cerca entonces?
- Si en el parque empresarial.
- ¡Qué bien! Precisamente iba tan deprisa para
coger la puerta que me hiciera andar menos. Tengo una entrevista en una de las
empresas que están alojadas allí. Decidido, te acompaño por lo menos a la
puerta del parque. Me parece que no llegaré tarde después de todo. Bueno, creo
que deberíamos presentarnos. Me llamo Enrique…
- Patricia. –Se vieron interrumpidos por la rutinaria
locución: “Próxima estación…”Andando con ciertas dificultades Patricia y Enrique
llegaron al centro empresarial. Se despidieron. Justo cuando estaban a punto de
tomar cada uno su camino dice, con la voz algo entrecortada, Enrique:
- Patricia, disculpa, ya sé que no nos conocemos,
pero si quisieras que quedáramos un día, te invito a comer, me siento que estoy
en deuda contigo, apenas puedes mover el pie. Bueno te doy mi tarjeta, así lo
dejo en tus manos.
- Te prometo que lo pensaré. Por cierto,
suerte con esa entrevista.
- Me vale, gracias.
Patricia no pudo evitar echarle
un vistazo a la tarjeta. Después de todo el tipo era simpático, iba trajeado y
tenía un buen culo, pensó. Además tenía un pelo perfecto, castaño, ligeramente
capeado a navaja, con unas entradas interesantes y unos penetrantes ojos
verdes. Veredicto: impecable. La tarjeta era sencilla y concisa. Fondo blanco y
letra Times New Roman negra. No necesitaba más. Software Engineer. Madre mía, suspiró. No parece un freaky. Pero me
ha machaco el pie, se dijo. ¿De todas formas qué demonios pretende? ¿tan
presumido es que va fardando con la tarjetita? ‘Estoy en deuda contigo. Lo dejo
en tus manos’ dijo en voz alta con cierto rintintín. Pues si se piensa que le
voy a llamar sólo porque tiene un buen culo, va trajeado, y es ingeniero lo
lleva claro. Don perfecto.
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